¿Qué hacen en la misma historia el ilustre filósofo y teólogo de China, el monarca español Felipe II y los misioneros jesuitas? Hoy te invitamos a descubrir un libro que es un auténtico festín para quienes se deleitan con las rarezas literarias que nos da el paso del tiempo.
Corría el año 1573 cuando se inauguró un apasionante periodo de intercambios culturales que culminó con las primeras traducciones de Confucio al castellano. Y sí, una vez más, los jesuitas tuvieron un papel especial en este empeño.
Aquel año, tras la conquista de Filipinas a manos de Miguel López de Legazpi, Felipe II recibió un regalo insólito de su embajador en Lisboa: un conjunto de libros procedentes del remoto Imperio Chino. Pero, ¿quién podía descifrar aquellos enigmáticos caracteres en Madrid? Probablemente nadie en ese momento. Sin embargo, estos volúmenes tan singulares en su despacho del Alcázar, debieron despertar la curiosidad del rey prudente.
En los años venideros, desde Filipinas, los agustinos se ofrecieron para realizar embajadas formales a varios monarcas europeos ante el emperador chino. Aunque las relaciones con China no suponían un eje prioritario en la política exterior de Felipe II, el rey decidió involucrarse en esta aventura y redactó diversas cartas destinadas al emperador chino, que serían entregadas por estos religiosos.
En esa misma época, se difundieron en Europa varios libros que ofrecían un conocimiento más amplio sobre China, como el «Discurso de la navegación que los Portugueses hacen a los Reinos y Provincias de Oriente» de Bernardino Escalante en 1577, y la «Historia de las cosas más notables, ritos y costumbres del gran reyno de la China» por González de Mendoza. Hasta ese momento, la información sobre China y su cultura en el occidente se limitaba a unas pocas obras en árabe y, fundamentalmente, al relato casi mítico de Marco Polo. Pero estos textos comenzaban a alterar esa percepción.
Y entonces es cuando los jesuitas, ya establecidos en Macao y Manila, avivaron un ferviente interés por el gigante asiático en la corte madrileña. Y especialmente en el monarca. El primer paso se dio con la acogida de la embajada japonesa Tenshō, propiciada por el jesuita Diego de Mesquita, bajo la influencia del visitador de la orden en Oriente, Valignano. En aquel viaje diplomático por Europa, varios jóvenes nobles japoneses tuvieron audiencia con Felipe II y con el propio Papa.
Poco después, otro jesuita llegado de Asia, Alonso Sánchez, molesto con el trato recibido en la corte imperial china, se presentó ante Felipe II con una audaz y casi descabellada propuesta: la conquista de aquel imperio. Y eso, pese a la prohibición de sus superiores.
Luego, en 1589, fue el turno de Michael Ruggieri, enviado también por Valignano, con la misión de proseguir su viaje a Roma y solicitar una embajada papal al emperador chino. Sin embargo, los jesuitas que ya se encontraban en China preferían que Felipe II no interviniera en esa misión diplomática, temerosos de despertar las ambiciones de conquista. Aún así, Ruggieri no pudo evitar encontrarse con Felipe II en su camino de Lisboa a Roma. Durante su encuentro, inevitablemente entablaron una extensa conversación sobre China.
Para el rey español, Ruggieri no era ya un misionero intruso intentando suerte en las fronteras de China, sino un hombre que había logrado establecerse en el país y vivir allí varios años, conociendo la lengua y pudiendo ofrecer una visión más clara del panorama filosófico y teológico chino. ¿Y qué podía decir de Confucio?
Cediendo a la petición real, Ruggieri preparó una traducción al castellano de las obras de Confucio utilizando el material que ya había trabajado en China, donde había realizado primeras traducciones al latín. Presentó al rey lo que tituló «Philosophia de la China. Los Qvatro libros de la China», que comprendían los cuatro libros clásicos de Confucio, conocidos como Si Shu 四書: el Da Xue 大學, el Zhong Yong 中庸, y una parte del Lun Yu 論語. ¿Y el último? El Meng Zi 孟子, no lo llegó a traducir.
En «La filosofía moral de Confucio» descubrirás cómo Ruggieri desveló a Europa la ética y los valores de Confucio, y cómo estableció un puente de diálogo entre civilizaciones tan dispares. Más que un libro sobre historia, es un encuentro entre mundos, un diálogo entre el pensamiento del este y del oeste que, de alguna forma, continúa vivo en el empeño contemporáneo por alcanzar un entendimiento global.